La epilepsia en mi vida

Tengo 34 años y 32 de tener epilepsia.


Cuando tuve la primera crisis el doctor que me atendió me recetó fenobarbital y les dijo a mis papás que yo no iba a ser una niña normal, que todo el tiempo iba a depender de ellos y por lo tanto me tendrían que CUIDAR TODA LA VIDA. A mis papás no les gustó lo que les dijo el doctor y a raíz de eso yo recuerdo que me la pasaba consultando con diferentes doctores en diferentes ciudades (México, Orizaba y Monterrey).

A raíz de que me diagnosticaron Epilepsia, mis papás siempre se preocuparon por mí, vivían con la incertidumbre de cuándo me iba a poner mal y por lo tanto me sobreprotegieron. Mi mamá vivía mortificada pensando que iba a ser de mí cuando estuviera grande.

En la casa la palabra Epilepsia era impronunciable. No se hablaba de ella, pero siempre la he tenido clavada en lo más hondo de mí.

A lo largo de estos 32 años he tenido en promedio de 2 convulsiones por año. Esto es incierto ya que había veces que me daban varias seguidas en un día y pasaba años y no tenía ninguna.

Tomé muchos medicamentos, entre otros Tegretol, Epamin, Fenobarbital, Leptitlán, etc.

Cuando tenía 4 años me dio un ataque tan fuerte que me internaron en el hospital y los doctores le dijeron a mi papá que yo estaba tan grave que no pasaría la noche.

Como pudo, mi papá se metió a donde yo estaba, me habló muy suavecito y me dijo: “Hijita, vámonos a la casa, despierta, todos te queremos. Yo aquí estoy contigo, ¡No te vayas!.

Entonces empecé a reaccionar y volví en mí. Los doctores no se explicaban lo que había pasado, pues habían dicho que si no reaccionaba me moriría.

En la escuela era la RARA, a la que tenían que cuidar y mis hermanas pequeñas siempre estaban al pendiente de mí.

Cuando estaba en la secundaria un maestro de Educación Física nos puso a correr y llegó un momento en el cual yo ya no podía más. Me detuve y le dije que yo ya no podía seguir. La contestación fue: “No debías haberte parado: de castigo seguirás corriendo”. Corrí, pero mi cuerpo ya no podía más. Por fin se acabó la clase y en el momento que íbamos en el carro de la escuela a mi casa, me dio un ataque horrible. Estuve en el hospital y a raíz de eso no volví a participar en la clase de deportes.

Cuando terminé la secundaria venía lo más duro ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a seguir estudiando?
Mi mamá no quería que estudiara, porque pensaba que no era posible que anduviera sola de salón en salón y sin tener un maestro que entendiera mi problema.

Aparte, ¿iba a poder estudiar? ¿Podría sacar adelante la Prepa?.

Mi papá quería que yo estudiara, así que entonces vino la polémica, casi creo que mis papás se la jugaron en un volado y claro, mi padre ganó y me dijo: “Vas a entrar a la Preparatoria y si apruebas todas las materias del primer tetramestre continúas estudiando y si no, luego veremos que podremos hacer “.

Con esa condición y a pesar de la preocupación de mi mamá, ingresé a la Preparatoria. Para mí fue un mundo diferente y desde luego, empecé con mucho miedo porque antes estuve siempre acompañada de algún miembro de la familia y ahora, estaba sola enfrentándome a mí misma. A fin de cuentas acabé la Preparatoria pero venía lo más duro: decidir qué iba a estudiar.

Desde que era pequeña siempre decía que iba a estudiar Medicina. Cuando se los dije a mis papás no me dejaron. La contestación fue: “No te puedes desvelar, tienes que estudiar mucho y no vas a poder. Además tienes que irte a la Universidad de Nuevo León, que es un monstruo de escuela y allí no vamos a tener control de ti (siempre estudié en escuelas privadas)”. Mi segunda opción era Psicología, pero tampoco quisieron y me dieron más o menos las mismas razones. La tercera opción fue Turismo. Mi Mamá puso el grito en el cielo, me dijo: “No, porque vas a tener que viajar mucho y tú no puedes andar sola”.

Me sentí frustrada, no quería saber nada, pues para todo lo que yo quería hacer estaba siempre limitada y siempre oía la famosa frase “TU NO”. Me armé de valor y les dije que iba a estudiar Turismo, ya que podía hacerlo en la Universidad Regiomontana, lugar donde cursé la Preparatoria, es una escuela pequeña y particular y les prometí que nunca me iba a ir de viaje.

Con esa condición empecé a estudiar la Licenciatura en Turismo con especialidad en Alimentos y Bebidas. Cuando estaba estudiando la carrera, organizaron un viaje a Querétaro para visitar las Casas Vitivinícolas Martell y Pinzón, yo quería ir y me dejaron. Era la primera vez en mi vida, a los 18 años d edad, que yo viajaba sin la compañía de algún familiar y disfruté mucho ese viaje.

Cursé la licenciatura en 3 años. Mis compañeros siempre me veían dormida y cómo no, si me tomaba 16 pastillas al día. Siempre rezagada en todo hasta que llegó un momento en que me acostumbré.

Era normal que
Mis hermanas tuvieran novio y yo no.
Que mis hermanos manejaran un carro y yo no.
Que mis hermanas tuvieran más amigas y yo no.
Que ellas se desvelaran y yo no.
Que me mandaran a dormir por la tarde (cosa que odiaba)
Me tomara 16 pastillas al día.
Que yo siempre dependiera de mis padres para todo.

Cuando terminé la licenciatura regresé a casa y estuve trabajando con mi papá en un negocio que tenía en la casa, pero me aburrí.

Entonces me preguntó mi papá si quería seguir estudiando y le contesté que sí.. Me metí a estudiar una maestría en Administración con especialidad en Mercadotecnia en la misma Universidad, me mantuve 2 años ocupada, tuve mi novio y estuve apunto de casarme con él, pero de la nada se desapareció. Su abandono fue un golpe muy duro para mí. Después, en 1993, se presentó un problema económico muy fuerte para mi familia y no hubo otra opción que ponerme a trabajar fuera de casa.

El único lugar donde conseguí trabajo fue en una agencia de viajes donde empecé a trabajar con todo el MIEDO E INSEGURIDAD DEL MUNDO. Duré un año allí y me cambié a otra agencia de viajes, una de las más grandes y prestigiadas de Monterrey. Cuando tenía 7 meses trabajando allí, me propusieron enviarme a España a un curso. Cuando les dije a mis papás les dio el “patatús”. No querían que yo fuera ¡sola!. Después de muchas negociaciones con ellos (yo ya tenía 25 años) me dejaron ir; mi mamá me persignó mil veces, se quedó llorando de la preocupación y me pidió que llegando le llamara. Así, después de ese viaje cada año ha habido viajes a otras partes del mundo: Italia, Argentina, Chile, El Caribe, Francia, Inglaterra, Austria, Rep. Checa, Hungría, etc.

Hoy 10 años y medio después que empecé a trabajar, mi mamá ya se acostumbró, ya no se preocupa tanto y le encanta que conozca tantos lugares.

Hace 3 años y medio me cambié de trabajo, donde gano más que en el anterior (sigo en agencia de viajes) y decidí aprender a conducir un automóvil. A escondidas de mis papás y con 31 años de edad, tomé las clases de manejo. Cuando les mostré a mis papás la licencia de conducir, a mi mamá casi le da un “ ataque chino”. Además les dije “Tengo dinero ahorrado y voy a comprarme un carro”. Hubo una revolución en mi casa. No querían, todos se preocuparon mucho, pero aún así lo compré.
Hoy , 3años después ya se acostumbraron a que maneje y hay un trato con ellos: el día que no me siento bien o que no dormí bien, no manejo y ellos me llevan y me traen a cualquier parte.


En fin, esta ha sido mi vida.

Hablando de doctores, como decía, me la pasé visitando a muchos, hasta que mis papás dieron con el Dr. Raúl Calderón González (Q.E.P.D) quien me trató por más de 23 años en el CENNA (Centro Neurológico para Niños y Adolescentes ) aquí en Monterrey.

A él le debo lo que soy, porque él aplicó en mí todos sus conocimientos para sacarme adelante.

Él combinó diferentes dosis de Leptitlán y Tegretol para poder bajarme el fenobarbital hasta quitármelo al 100%. El también le aconsejó a mis papás que me dejaran estudiar, me vio crecer y desarrollarme; me quitó el Leptilán cuando le dije que me iba a casar y me dejó únicamente con 6 pastillas de Tegretol al día. Se puso muy contento y luego me vio llorar, sentirme mal y me consoló cuando le dije que no me casaba, me dio ánimos para seguir adelante y siempre estuvo dispuesto a ayudar. También se sorprendió y se rió cuando le dije que andaba manejando y que YO SOLA me había bajado la dosis del Tegretol a una pastilla por la noche. Me dijo: “Si quieres seguir manejando tómate además 1 por la mañana.”

El 3 de enero del presente año me avisó mi papá que el Dr. Calderón había fallecido y que había una misa. No creía lo que me decían, no paré de llorar y me fui directo a la misa.

Le doy gracias a Dios por haber puesto al Dr. Calderón en mi camino, ya que gracias a su dedicación, entrega y conocimiento me hizo una mujer de bien. El Dr. Calderón fue y seguirá siendo un ángel para mí.

Ahora consulto con su hijo y es fecha que voy y se me salen las lágrimas de la nostalgia que siento al llegar allí. ¡Dios lo tenga en Paz!.

Hace poco me comentó mi mamá: “Quisiera ver al primer doctor que te atendió en la primera crisis y que nos dijo que no ibas a ser una persona normal y decirle: Mire doctor, aquí está mi hija. Es una persona normal, trabaja, hace su vida y no es una inválida como usted lo pronosticó hace 32 años”.
Se nos salieron las lágrimas a las dos y luego nos reímos.

La Epilepsia ha sido para mí una lucha constante, a veces estoy arriba y a veces abajo. Esta semana me la pasé llorando. Guillermo Alvarez me escuchó y me ayudó mucho con todo lo que me dijo.

Pienso que la Epilepsia es para mí como un barco en el que a veces estoy navegando bien y otras veces se me hunde, pero siempre salgo adelante.

Por último mi más sincero agradecimiento a mis padres y hermanos ya, que sin su ayuda, coraje, dedicación , comprensión y amor no sería lo que soy y no estaría donde estoy ahora.

Gracias

Lic. Eugenia Garza Padilla


Garza García, Nuevo León, 8 de Noviembre de 2003

Agradecemos mucho que Eugenia haya compartido
con nosotros sus vivencias, sus experiencias buena y malas,
que la han hecho una gran mujer
y un ejemplo a seguir

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La Epilepsia se hizo presente en mi a la edad de 22 meses. Por lo tanto la tengo muy dentro de mi. Ha sido parte de mi vida, personalidad, limitaciones y también creo, de mis virtudes.A lo largo de mi vida:• He luchado con ella y contra ella.
• He renegado de ella.
• He sido insegura por ella.
• Había vivido en un mundo irreal por ella.
• Había vivido con la creencia de merecerme muchas cosas y no merecerme otras.
• Había vivido dormida por ella.
• Había dejado de vivir una vida normal
• Estuve a punto de morir por ella.Digo virtudes ya que soy una persona muy tranquila y paciente.También usé la Epilepsia como un escudo personal que nunca fallaba:Si me encontraba en un problema o en una situación que no me gustaba lo más fácil era HUIR a ese mundo al que yo únicamente podía entrar y nadie me molestaba y claro me daba un ataque horrible que si bien me iba, me dejaba tumbada y dormida por varias horas en mi casa o en el hospital.
Hasta que un día me hice consciente de lo que esto significaba.Así que hace unos años me enfrenté a mí misma y decidí cambiar y dejar de vivir de esa manera.
Ahora:• Me intereso más en ella y en mi misma.
• La lucha no es contra ella, sino conmigo misma para afrontarla y sacarla de la sombra de mi vida.
• Estoy despertando a una nueva vida.
• Estoy entrando al mundo real.
• Quiero VIVIR una vida normal.El camino de 32 años no ha sido fácil, hubo épocas en las que me sentía muy mal frecuentemente y con el paso del tiempo fuí mejorando.
La fe en Dios, así como el amor, la entrega y la constancia de mis padres y hermanos me han ayudado para salir adelante, así como la sabiduría del Dr. Raúl Calderón González (Q.E.P.D.) quien con los diferentes medicamentos y dosis me trató por 22 años y me sacó adelante.Hoy en día la Epilepsia está controlada gracias al medicamento.
Quiero vivir una vida normal, pero depende de mí ya que NADIE HARÁ NADA POR MI
MÁS QUE YO MISMA.


Eugenia Garza Padilla