Traducción de testimonio enviado por el Capítulo del Buró Internacional para la Epilepsia de Taiwán.
La epilepsia y yo: sacar a la epilepsia de las sombras
por Luna
Yo no sé por qué tengo epilepsia ni de dónde ha venido. Sin embargo esta imagen ha estado en mi mente por tanto tiempo, que siendo una niña pequeña desperté de una oscuridad total con mucha confusión y disturbios. A mi alrededor había una multitud, y el llanto de mi madre, que siempre me impacta mucho. Mi cabeza me dolía pero mi corazón era el que estaba realmente lastimado. Crecí con muchas dudas. Llorar bajo las sábanas era mi única forma de esconderme de toda suerte de injusticias.
¿Por qué soy la única en la familia que sufre? ¿Por qué el maestro se rindió conmigo? ¿Por qué mis compañeros de clase se apartan de mí y me hacen burla? Todo es por la epilepsia. Los comentarios de los maestros en la secundaria iban desde “gentil, diligente, orientada a metas” hasta “centrada en sí misma, orgullosa y aislada”. Gradualmente me transformé en una persona que no podía ser molestada más. Los únicos sentimientos que recibí de los demás fueron hostilidad o indiferencia. En casa o en la escuela la presión era tan intensa que decidí volar, volar lejos de la pesada atmósfera que me rodeaba, abandonar la oportunidad de una educación mejor y disfrutar de la frescura de mi nueva libertad.
Mi primer trabajo fue como obrera en una compañía electrónica. La mayoría de mis compañeros eran mujeres y me trataron como a una hermana pequeña. Algunos se asustaron y huyeron cuando un día tuve una crisis en el trabajo. Sin embargo, la mayoría se acercó a ayudarme y brindarme afecto, preocupación y apoyo. Además, la compañía no me pidió que me fuera por mi enfermedad. Me quedé por 5 años, fue la época más feliz de mi vida y disfruté de la amistad que nunca había tenido antes. Terminé mi bachillerato y finalmente encontré compañía y nunca más tuve que llorar sola. Mis amigos transformaron mi vida en un mundo lleno de color. Todos mis “por qués” se fueron. Aunque mis crisis vienen a decirme hola de vez en cuando, ya no fui más la niña que lloraba sin esperanza bajo las sábanas. Derroté mi infortunio con el amor y cuidados de mis amigos. En esa época mi vida alcanzó un estado donde yo estaba grandemente satisfecha espiritualmente. Sin embargo, gradualmente descubrí que aunque el dinero no lo es todo, nada se podía hacer sin él. Además, yo quería algo más en la vida. Con la ayuda de una amiga, dejé mi ciudad natal y empecé un Nuevo trabajo en Taipei.
En el nuevo ambiente ya no tenía la ayuda de mis viejos amigos, la vida era aburrida y rutinaria, pero afortunadamente me pude adaptar a ella. Aunque mi Nuevo trabajo carecía de diversidad, aprendí de las experiencias, encontré oportunidades de competir con otros y gané posibilidades de realizar mis sueños. En mi mente la meta de mi carrera era todo por lo que iría. Fue hace tres años hice el movimiento más importante de mi vida: empecé a construir el Castillo de mis sueños y trabajé en ello con todo mi corazón.
Al mismo tiempo, conocí al Dr. Hsih. Yo era una persona que sólo se dedicaba a sus propios asuntos, pero cuando vi cómo el Dr. Hsih y la Asociación de Epilepsia de Taiwán se dedicaban a la promoción y el cuidado de personas con epilepsia me conmovió y decidí unirme al grupo para retribuir todo lo que la sociedad me había dado. Desafortunadamente, mi pesadilla regresó justo cuando todo lucía muy promisorio. El control de mi epilepsia se comprometió temporalmente debido a un cambio de medicación. Muchas veces regresé de la puerta de la muerte. Estaba herida tanto fiscal como psicológicamente. Las incidencias destruyeron mi confianza y rompieron mi sueño. Todas mis dudas volvieron de nuevo. ¿Por qué la maldita epilepsia no se fue? ¿Por qué tengo que volver cuando estoy lista para ir por mi sueño? Entonces miré hacia atrás. Mi duro trabajo de los años pasados me ha permitido ganar más de lo necesario para una vida promedio. Fue difícil para mí liberarme de los sentimientos de injusticia. Al mirar alrededor, vi gente que sufría más de lo que yo sufrí. Me sentí afortunada de haber cambiado solo tres veces de empleo y haber tenido cada vez la oportunidad de alcanzar un mejor status. Había trabajado duro y merecía lo que ganaba. Las montañas pueden caer, los amigos pueden alejarse, pero uno mismo es la única persona que siempre estará allí.
Amigos: cuando estén atrapados en las aguas agitadas, ustedes mismos son los marineros confiables en su camino al éxito. ¡Vayan por él!